De la exclusión social a la pasarela: el taller de Badajoz que transforma a mujeres vulnerables en modistas con título oficial
'Solidarios por un bien común' conoce el taller de corte y confección 'Vía María', impulsada por la congregación del Buen Pastor, que acompaña desde hace 37 años a mujeres en situación de vulnerabilidad

Publicado el - Actualizado
3 min lectura
En el corazón del Casco Antiguo de Badajoz, se encuentra el taller de corte y confección 'Vía María', que acompaña desde hace 37 años a mujeres en situación de vulnerabilidad. Una iniciativa impulsada por la congregación del Buen Pastor bajo la premisa de que la costura puede transformar vidas. 'Solidarios por un bien común' se adentra en el interior del taller para conocer cómo funciona.
Y es que una de cada cinco mujeres que sustentan un hogar en España sufre algún tipo de exclusión social. A menudo arrastradas por la precariedad laboral, la falta de acceso a recursos y el peso de los cuidados no remunerados, estas mujeres encuentran en proyectos como este una oportunidad de reconstrucción y dignidad. La hermana Ángela León, responsable del centro, lo resume así: “Aquí estamos aprendiendo, aprendiendo a manejar las máquinas, a hacer prendas. Todo lo que pueda servir para el desarrollo personal y laboral”.
Un taller que teje independencia
El taller no es solo un espacio de formación, sino también una red de apoyo emocional y social. Durante dos años, 19 alumnas aprenden técnicas de costura, patronaje y diseño, al tiempo que fortalecen su autoestima y autonomía. “Esto es un proyecto de promoción sociolaboral”, explica la hermana Ángela. “Pero también trabajamos el crecimiento personal, psicológico, cultural y humano de cada mujer”.
Los frutos de este trabajo son visibles. Manoli, una antigua alumna, hoy imparte clases como profesora del taller. “Estaba en casa, solo mi marido trabajaba. Necesitaba aprender, salir. Y aquí encontré mi sitio. Ahora enseño y ayudo. Estoy feliz. No me importaría venir los sábados y domingos. Aquí sientes que estás ayudando”, cuenta con entusiasmo.
Desde sus inicios en 1986, el centro ha formado a más de 600 mujeres. Algunas han logrado insertarse laboralmente en el mundo de la moda; otras han encontrado en la costura una forma de sanación. “La costura para mí es una terapia. Me relaja, me ayuda, se me olvidan los problemas”, dice Genda Godoy, una usuaria del proyecto que está a punto de titularse oficialmente como modista.
Un desfile de dignidad y confianza
La culminación del proceso formativo no es un examen ni una entrega de diplomas, sino un desfile. Las propias alumnas diseñan, confeccionan y modelan sus creaciones ante el público. “Fue una experiencia muy gratificante para ellas. Ser capaces de elaborar una prenda y después mostrarla con todo el salero del mundo”, recuerda con emoción Ángela.
Antonio, profesor de patronaje, revive con orgullo ese momento: “Ellas mismas desfilaron. Para muchas era la primera vez que se subían a una pasarela. Hubo que empujar a algunas, pero luego se les veía satisfechas con su trabajo. Mereció la pena”.
Más allá del evento en sí, el desfile simboliza el paso de estas mujeres de la invisibilidad a la visibilidad, del anonimato a la autoestima. “Hoy en día, tener un título homologado y poder depender de ti misma es una oportunidad bárbara para la independencia que necesita la mujer”, añade Manoli.
Un barrio con alma de resistencia
El proyecto Vía María se asienta en uno de los barrios más humildes de Badajoz. “No me gusta llamarlo barrio pobre, pero socialmente se puede entender así”, reconoce Ángela León. En esta zona del Casco Antiguo, las condiciones de habitabilidad son difíciles y sus habitantes, en su mayoría inmigrantes o familias gitanas, lidian con múltiples barreras sociales.
Desde su creación, el centro ha respondido a esas necesidades de manera integral. “Ayudamos también a veces desde gestiones para escolarizar a un hijo, acompañamiento a algún médico… En situaciones de soledad o dificultad, nosotros estamos ahí”, explica Ángela.
Rafaela Fernández, otra de las profesoras, recuerda los orígenes: “Vinimos en 1986, cuando se fueron los jesuitas. Vimos la necesidad de cultura, de promoción, y empezamos con una pequeña escuela y este taller, que se montó con ayuda desde Irlanda”.
Las historias de transformación abundan. Rafaela relata el caso de una mujer que asistía a clase sin intención de aprender, solo para no perder la beca. “Le dijimos que dejara el sitio si no iba a aprovecharlo. Al final, se implicó y fue una de las mejores. Se ponía orgullosa. Sabía que era alguien. Y eso es lo importante: hacerles ser ellas”.